TOMÁS SALVADOR GONZÁLEZ

(Para el catálogo de la exposición “Pintura – Obra Gráfica”. Ávila. 1991)

 

La redoma del mago.

 

Aunque en principio es un vaso sencillo de cristal.

Dado el esquematismo del dibujo, de la forma que en casi todos los cuadros le sirve de referencia, pudiera pensarse en un parentesco con Paul Klee. Pero en Klee el dibujo lo es todo: enmarca el color, distribuye el espacio, contiene las manchas que no se tocan. Todo allí se dirige a síntesis y el dibujo es el encargado de pastorear los tonos e impedir que se espanten, se desparramen o se mezclen. Es como si la búsqueda de la pureza impidiera los desbordamientos, cualquier desbordamiento, y la emoción se recogiera contenida y hubiera de beberse como se bebe el agua en un vaso sencillo de cristal.

Pero en la pintura de Paco Sanchidrián lo importante no es el objeto o su síntesis pura, son la metamorfosis del objeto. De ahí que lo sintético del dibujo no sea la meta si no un punto de partida.

No se trata de repetir lo real, ni siquiera de dar con una forma simple y esencial que lo evoque y por tanto lo contenga. O no se trata sólo de eso. Se parte de ahí, como si eso fuera lo dado, y se reserva la pasión para sus virtualidades, las virtualidades de lo real. Preservar la forma, pero mostrando las posibilidades de su apariencia.

Esa era la esperanza del alquimista: dar con el secreto de las transformaciones. No importaba el objeto del que se partiera porque cualquier objeto contiene a todos. Cualquier material guarda el secreto de la materia, cualquier cosa es el resumen de su mundo.

           El mago está empeñado en una investigación sobre el color y en la que el color cuente con todas las ventajas. Poco importa que se parta de planchas puras y planas o que se llegue a ellas después de haber usado las mezclas, los encuentros, incluso los promiscuos. Poco importa la dirección porque de lo que se trata es de ser exhaustivo y detenerse aquí y también allí, en todas las habitaciones de la casa (en todas las posibilidades del jardín).

El mago toma su redoma y de un puñado de tierra se prepara para conseguir oro. Pero con cada transformación surge un nuevo material que le seduce y le hace olvidarse del oro. El oro también, pero tan hermoso como el oro es el cinabrio o una humilde micacita. Así la mirada  de Paco Sanchidrián no privilegia una dirección sino que ilumina todas.

El viajero quiere conocer una ciudad, pero a poco de iniciar viaje se detiene en una aldea desde donde se divisa un valle. Y el viajero decide perderse y se interna en la primera fonda. No se olvida de la ciudad, pero ya no le importa llegar, va conociendo otras.

El dibujo repetido se convierte en emblema. (El puñado de tierra parece poco importante, pero es lo decisivo, la condición del oro, de la micacita, del cinabrio...).

Lo constante en el cambio, tras muchos cambios, transforma su naturaleza o muestra el potencial de su naturaleza.

Aunque conserve lo simple y sencillo de su forma, se cubre de posibilidades al verlo recipiente de tantas y tan variadas especias.

El magnolio puede parecer un hongo, un árbol, un capricho de granito, un menhir, un perfil luminoso en la noche, el frontón donde se rompen las vasijas, un pasadizo estrecho que conduce a la sala prohibida, un arroyo derecho hacia un estanque...

También hay síntesis: Ha desaparecido el pedúnculo de la flor, el arroyo y ahora el estanque es una plancha lisa de un color puro. El color sigue siendo el rey y aquí ya de manera absoluta y sin rubor. Puede parecer un boceto, pero es una decantación, cada paso del proceso, sin huellas de lo anterior ni avisos de lo nuevo, el cinabrio detenido en el instante en que se cuaja, enfriado de repente para que ahí se quede, el estanque azul de hielo, el azufre extendido después de pasar por el mortero.