JESÚS MAZARIEGOS

(Para exposición en Galería Artes. Ávila 2008)

 

         En 1951, en el número 35 de la calle 8 de Nueva York, tenía lugar una reunión de artistas en la que Hans Hoffmann comparaba la pintura francesa y la americana. "Los franceses", decía, "tienen un pasado cultural. Lo tienen más fácil". Entonces intervino Willem de Kooning y dijo: "Los cuadros de los franceses tienen un 'toque' que les hace parecer como cuadros terminados. Un 'toque' que me complazco en no tener".

         Paco Sanchidrián, como De Kooning, sabe muy bien que la gran batalla de la pintura moderna consiste en destruir la fortaleza del ilusionismo renacentista, en desenmascarar el artificio de la tercera dimensión y en devolver a la pintura su carácter plano. Consiste en poder volver a ver la pintura.

         Por eso cuando miras sus cuadros podrás imaginar un lugar con objetos amontonados en el suelo y un espacio detrás. Tu cerebro se empeña tercamente en recordar las contingencias del mundo.

         Pero tus ojos saben que no hay suelo ni fondo ni objeto alguno. Tu mirada limpia sólo ve el color extendido sobre la superficie plana y una serie de formas más o menos rectangulares que han de entenderse como la proclamación de que el único mundo que hay en las obras de Paco Sanchidrián es el propio cuadro, es la pintura sin 'toque' mágico, como quería De Kooning, la pintura que se complace en sí misma.